lunes, 25 de enero de 2010

La crisis asiática

Recesión en cadena a causa del exceso de liberalización económica

La crisis económica global comenzó en Tailandia el 2 de julio de 1997. Los países de Asia Oriental venían de tres décadas asombrosas: los ingresos se habían incrementado, la salud había mejorado y la pobreza se había reducido de modo impresionante. No solamente la alfabetización era ahora universal, sino que en pruebas internacionales de ciencia y matemáticas muchos de estos países presentaban mejores resultados que los Estados Unidos. Algunos de ellos no habían tenido ni un solo año de recesión en tres décadas.” Joseph Stiglitz.


Artículos relacionados:

A comienzos de la década de los noventa, los países del sudeste asiático comenzaron a liberalizar sus economías a causa de las presiones procedentes del Departamento del Tesoro norteamericano, según Stiglitz. Países como Tailandia, Corea del Sur, Indonesia, Filipinas o Malasia, que habían experimentado un rápido y sostenido crecimiento cimentado en las exportaciones y en la intervención estatal, se vieron invadidos por una oleada de capitales extranjeros que sólo buscaban rentabilidad inmediata. Las inversiones especulativas se centraron en el sector inmobiliario, lo que provocó una sobrevaluación de los activos, a la que se unía la debilidad de los sistemas bancarios de estos países. Además, durante los años del auge económico en el Sudeste Asiático, estos países practicaron “un capitalismo entre amigos, el cual consistió en otorgar préstamos para inversiones dudosas a quienes simpatizaban con el Gobierno, sin tener presente si eran o no solventes los prestatarios”, indicó Rubén Paredes, catedrático de la Universidad argentina de Rosario.
Esta situación y la competencia de China hicieron descender las exportaciones de estos países, los cuales vieron crecer notablemente la deuda de sus empresas a corto plazo. Hasta que el monto de la deuda superó las reservas internacionales y a los inversores extranjeros les invadió el pánico. Pero lo cierto es que los países del sudeste asiático no habían entrado en crisis (aún), sino que simplemente se quedaron sin liquidez ante la huida de los prestamistas.

Cuando el capital se marchó, los tailandeses se agolparon en los bancos para retirar sus ahorros, de manera que produjeron un colapso en el sistema financiero del país, a pesar de que sus datos macroeconómicos habían sido buenos hasta la fecha. Aunque el país llevaba años creciendo, el FMI decidió recetarle lo que ya había hecho en la década de los ochenta durante las crisis que sacudieron Latinoamérica. Es decir, lo mismo de siempre: austeridad fiscal, privatizaciones, liberalización de los mercados financieros y recortes presupuestarios en sectores básicos. No tuvo en cuenta las condiciones del país, que llevaba años recortando los índices de pobreza gracias a la inversión pública. Y recetó lo mismo también a las naciones vecinas que se vieron salpicadas por la crisis tailandesa. La recesión se extendió también a Japón, principal socio comercial de estos países. La Bolsa de Hong Kong se hundió y afectó al resto de mercados financieros internacionales. La crisis se dejó sentir en todo el mundo. Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas, Taiwán y Corea devaluaron sus monedas para favorecer las exportaciones y acumular divisas extranjeras.

“Bajo tales circunstancias yo temía que las medidas de austeridad no reavivarían las economías del Asia Oriental sino que las zambullirían en la recesión o incluso en la depresión general. Las elevadas tasas de interés podrían aniquilar las empresas altamente endeudadas, ocasionando más bancarrotas e insolvencias. La reducción del gasto gubernamental sólo contraería aún más la economía”, manifestó Stiglitz. Y así fue.
“Cuando la crisis se extendió a Indonesia, me preocupe aún más. Una nueva investigación del Banco Mundial mostraba que la recesión en un país tan étnicamente dividido podría desencadenar toda clase de turbulencias sociales y políticas”. Stiglitz advirtió al FMI de que ese plan podría conducir a una crisis económica y social en el país, pero el FMI no hizo caso a su sugerencia y volvió a recetar ajuste fiscal.

El Fondo comparó la situación latinoamericana, ocasionada a causa de la inflación, con la asiática, en la que la mayoría de naciones gozaban de superávit pero sus empresas estaban altamente endeudadas. “A diferencia de las naciones latinoamericanas, los países de Asia Oriental ya estaban manejando excedentes presupuestarios”, indicó Stiglitz. Tailandia se vio obligada a recortar su presupuesto en sanidad, educación y alimentos para su numerosa población necesitada. Corea del Sur tuvo que pedir prestados 19.500 millones de dólares, Tailandia obtuvo 3.200 millones, e Indonesia y Rusia, 4.700. Y los préstamos llevaban consigo la condición de elevar los impuestos y recortar el gasto público. Medidas que podrían acarrear consecuencias desastrosas para los más pobres.

Con estas decisiones, “el FMI no sólo no lograba restaurar la confianza en la economía del Asia Oriental, sino que estaba socavando el tejido social de la región. Y entonces, durante la primavera y el verano de 1998, la crisis se esparció más allá de Asia Oriental llegando al país más explosivo de todos: Rusia”. Entonces, el FMI apremió al Gobierno ruso para que privatizara sus principales sectores, lo que provocó que un pequeño grupo de oligarcas del país se llevaran a precio de saldo los activos de un Estado que no tenía liquidez. Además, el Gobierno recurrió también a prestamistas privados en lugar de a su Banco Central y colocó como aval para los créditos acciones de las empresas públicas, de manera que también los bancos se adueñaron de las corporaciones estatales. La privatización a toda marcha generó monopolios en ciertos sectores y elevó la corrupción. La consecuencia fue que la producción económica cayó a la mitad en los siguientes años y los índices de pobreza se duplicaron. Cuando el Gobierno se vio ahogado, decretó la devaluación del rublo y la cesación unilateral del pago de su deuda externa, lo que afectó a varios países de la Unión Europea, sobre todo Alemania, su principal acreedor.

La crisis saltó también a Brasil, que en esos momentos sufría un gran déficit en la balanza de pagos. Ante la huida de capitales, el presidente Fernando Cardoso se vio obligado a pedir prestados al Fondo 30.000 millones de dólares, eso sí, a “condición” de aplicar un severo ajuste fiscal.

En definitiva, esta situación lastró el futuro de numerosos países, algunos de los cuales, incluso, no han recuperado aún los niveles de crecimiento que tenían entonces. En opinión de Stiglitz, Tailandia, que siguió los dictados del FMI al pie de la letra, tardó más tiempo en recuperarse que otros como Malasia o Corea del Sur, que hicieron menos caso al Fondo y se recuperaron en tiempo record (motivo por el que se conoció este hecho como “el milagro asiático”). “En el informe donde se explicaba este hecho se llegó a la conclusión de que los países asiáticos se habían recuperado por no aplicar ciertas políticas del Consenso de Washington”, afirmó Stiglitz. Malasia, único país que se enfrentó al Fondo, fue el primero en salir de la recesión. ¿Su secreto? Simplemente, restringir severamente las transferencias de capitales hacia el exterior del país y ajustarse el cinturón durante un año. Por su parte, en Corea (donde el 40% de los préstamos resultaban incobrables), el Estado decidió no cerrar bancos masivamente y emprender un papel activo en la recuperación, justo lo contrario de lo que le recomendó el Fondo. En 1999 se convirtió en el país de la región que más crecía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario